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La finalidad de la actividad económica es aumentar el bienestar de las personas, y el trabajo es un componente esencial de este bienestar. Aun cuando las dos proposiciones parecen obvias, es frecuente que la política económica vaya en contra de los intereses de los trabajadores. Según el autor, ello se debe a que la economía neoclásica reduce el trabajo a una mercancía, lo cual se agrava por los defectos endémicos del mercado económico y porque los trabajadores no tienen una representación política suficiente. A ello se suma la actitud general de defender una política al servicio del mercado que persigue el rendimiento económico de manera aislada, sin ensamblarlo con las aspiraciones sociales de equidad y de redistribución de la riqueza. Los poderes públicos - y la comunidad internacional - tienen mucho que hacer para garantizar que el desarrollo sea algo más que la simple acumulación de capital.
