Nuestra Seguridad Social envejece y, si bien se renueva mucho, lo hace de manera más bien superficial. La era de las grandes reformas ha pasado y lo que padecemos, con una periodicidad casi anual, es la sucesión de una serie de medidas de ajuste, más o menos afortunadas, pero que no se enfrentan en profundidad a los problemas que afectan a nuestro sistema y que no tardarán en presentarse de forma insoslayable, porque un régimen financiero de reparto resiste mal los embates de una demografía como la nuestra y los años felices de la expansión del empleo se han cerrado de momento.