El escenario mundial no resulta muy esperanzador: dictaduras de izquierda o de derechas, guerras o amenazas de guerra -ya sean estándar o en las nuevas modalidades- extinción masiva de especies de plantas y animales, bien debido a la caza, bien debido a la devastación o a la contaminación de los hábitats naturales, tale de los bosques y salvas tropicales por explotaciones industriales indebidas, calentamiento global y destrucción de la capa de ozono del planeta o la pobreza extreme en que está sumida una cuarta parte de la humanidad, son algunos de los problemas más acuciantes con los que nos enfrentamos. Muchos de estos, si no la mayoría, son producto de nuestra ciencia y nuestra tecnología, paro también muchos puedan o podrían ser resolubles gracias a ellas. El artículo examina algunos de los problemas más acuciantes con que se encuentra la humanidad, la superpoblación, la pobreza o la escasez de agua, para ver la cantidad de personas a les que afecta y cómo la ciencia y la tecnología están implicadas en ellos. Asimismo, examina algunas cuestiones que, como las anteriores, ponen en cuestión la supuesta autonomía y la neutralidad valorativa de la ciencia. La pregunta que surge, entonces es, si, se trata de una cuestión de justicia distributiva o no, si as responsabilidad de los científicos individuales o si la filosofe de la ciencia (o si se quiere, los filósofos o intelectuales) tienen algo que decir. La autora plantea que la imagen que la filosofe tradicional de la ciencia tiene de ésta, como disciplina autónoma y valorativamente neutra, sancione o apoya la idea de que los filósofos nada tienen que ver con las cuestiones anteriores. Sin embargo, y dada la intervención de valores contextuales en todos los niveles de la actividad científica, habría que proponer una serie de criterios evaluativos que permitan disponer de una ciencia para todos los seres humanos que merezca la pena.