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Carlos M. Martín
En el diccionario de la lengua árabe encontraremos el término Sahel traducido como �orilla� o �margen�. Malí, país con reminiscencias legendarias, extiende la mitad septentrional de su territorio sobre la banda inferior del infierno árido del Sahel, considerado como la región del mundo con la que se ha ensañado la sequía de manera más inmisericorde. Los habitantes de esta inhóspita región esperan cada año con impaciencia que la retirada del anticiclón sahariano permita el arrastre hacia el norte de un frente intertropical que trae al sector occidental del Sahel las precipitaciones del Golfo de Guinea. Pero a veces la vivificadora lluvia se muestra parca. O, sencillamente, falta a la cita. Si esto ocurre, millares de personas perecerán victimas de la hambruna. Y los supervivientes habrán perdido sus recursos, pues la sed y el hambre también habrán acabado con sus rebaños. Esta pesadilla se repite cíclicamente en esta orilla del infierno.
Frente al castigo de la pobreza, Malí exhibe con legítimo orgullo un granado ramillete de valores culturales y naturales cuya belleza asombra al mundo. Tombuctú, Djenné, la Tumba de los Askia de Gao y la Falla de Bandiágara ingresaron por derecho propio en la lista del Patrimonio de la Humanidad que edita la UNESCO.
