La diplomacia de Vladimir Putin combina la retórica patriótica y nacionalista con el pragmatismo racional y calculador, sin que en ello se vislumbren contradicciones importantes. La primera está dirigida fundamentalmente a los ciudadanos rusos y al orden interno en general, mientras que lo segundo busca enviar un mensaje conciliador a las potencias extranjeras y se refleja en la gestión exterior del Estado ruso. Esta combinación hasta cierto punto paradójica se corresponde perfectamente con las metas del gobierno: el logro de la reconciliación de la sociedad con su complejo pasado histórico, con ella misma y con el mundo exterior. La diplomacia rusa reconoce que la aspiración de restaurar el espacio de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) es irreal e idealista, por lo que en el momento actual concentra sus esfuerzos en establecer integraciones a varios niveles y con distintas velocidades, pero sin dejar de dar prioridad a la zona de Asia Central y el Caúcaso postsoviético.
La política exterior rusa mantiene los principales puntos aprobados desde el año 2000: las relaciones con los países de la CEI, con Europa y con Estados Unidos. Sin embargo, en los tres casos han variado ostensiblemente sus posturas prácticas, siempre tomando en cuenta la importancia que se le concede a la conjugación de los elementos del nacionalismo y el pragmatismo, y, sobre todo, a la defensa de los intereses nacionales. Hoy en día, el gobierno ruso se siente con mayor confianza y fortaleza para actuar de manera más independiente en el escenario internacional a causa del auge registrado en el crecimiento del país, el aumento importante de las inversiones extranjeras en la economía, así como del apoyo irrestricto de que goza en el plano interno, a pesar de sus medidas autoritarias y de la mayor centralización del poder.