Prácticamente desde el principio de su vida independiente, la relación con Estados Unidos determinó la naturaleza de la política exterior de México. La creciente asimetría de poder entre los dos vecinos fue forjando en los gobiernos mexicanos, y en la sociedad misma, la percepción del mundo externo menos como un terreno de oportunidades y más como una fuente de peligro para la integridad física, política, económica y cultural del país. Una de las consecuencias de esa percepción y de la respuesta mexicana a la agresividad estadounidense fue la construcción del nacionalismo defensivo que, si bien ha evolucionado, mantiene su esencia original.