El importante flujo de inmigración que ha tenido España en la última década es un fenómeno irreversible y de gran calado que ha trastocado diversos órdenes de la vida económica y social. La inmigración ha flexibilizado el mercado de trabajo, a la vez que ha contribuido al crecimiento de la renta; sin embargo, en términos de renta per cápita (no en valores totales absolutos de renta, sino relativos a la población y al número de ocupados), las tasas de variación han sido negativas, manteniéndose estancados o disminuyendo los salarios reales por hora trabajada. Para evitar el aumento de las desigualdades son necesarias auténticas políticas de inmigración, que no se limiten a aparentar preocupación hacia ellos, ya que lo único que se consigue por esa vía es estigmatizarlos frente al resto de conciudadanos.