Cuando el "yo" y la carrera profesional de ese "yo" pasa a ser la máxima prioridad del directivo, por encima de la atención a los demás e incluso situándose por delante de los objetivos de la empresa, el afectado padece los efectos del mal del ego. El ego, que podría parecer una virtud para ganar en seguridad personal e ir escalando laboralmente, se convierte poco a poco en un lastre que hará imposible que el directivo avance en el campo profesional. La obsesión por la imagen será uno de los primeros síntomas que indicaran que se ha caído en brazos de este "pecado directivo".