Durante los últimos 15 años hemos sido testigos de una gran expansión de los esfuerzos para desarrollar normas internacionales sobre los derechos de las minorías, tanto en el ámbito global como en el regional. Estos acontecimientos parecen prometer protección ante graves injusticias a algunos de los grupos más vulnerables del mundo contemporáneo. A las minorías étnicas no les ha ido demasiado bien en el sistema westfaliano de ¿estados-nación¿ soberanos. Las minorías han sido objeto de numerosas políticas de asimilación y exclusión en pos de la construcción de estados-nación homogéneos, al tiempo que, históricamente, la comunidad internacional ha hecho caso omiso a estas injusticias. Hoy en día, sin embargo, existe un compromiso creciente con la resolución de este problema, y la idea de que el tratamiento de las minorías es una cuestión que merece una auténtica atención y supervisión internacional goza de un creciente apoyo. Como mínimo, estas normas en evolución establecen límites en los medios que los estados pueden emplear para lograr sus objetivos de homogeneización nacional. Pero además, al menos implícitamente, ofrecen una visión alternativa del Estado que incorpora la tolerancia como valor nuclear, y de acuerdo con la cual la diversidad constituye una realidad ineludible y tozuda y una característica definitoria del sistema político. Desde este punto de vista, la tendencia a codificar las normas internacionales sobre los derechos de las minorías es, seguramente, deseable y progresista. No obstante, no por ello deja de generar varios dilemas y ambigüedades morales. En este artículo se exploran algunos de estos dilemas después de un análisis exhaustivo de algunos intentos recientes de codificar los llamados ¿derechos de las minorías nacionales¿ en Europa. La experiencia europea constituye un experimento fascinante, aunque imperfecto, de desarrollo de normas internacionales sobre derechos de las minorías que tiene implicaciones en otros contextos.