Thomas Schelling
El acontecimiento más impresionante del último medio siglo es uno que no ocurrió. Hemos disfrutado sesenta años sin que las armas nucleares explotaran de rabia. Esta actitud, o convención, o tradición, que echó raíces y creció a lo largo de estas últimas cinco décadas, es un activo que se debe guardar como un tesoro. No está garantizada su supervivencia; y algunos de los poseedores reales o potenciales de las armas nucleares quizás no compartan la convención. Merecen mucha atención cuestiones tales como ¿de qué manera se puede preservar esta inhibición?, ¿qué tipos de políticas o actividades pueden amenazarla?, ¿cómo se puede romper o disolver la inhibición? y ¿qué disposiciones institucionales pueden apoyarla o debilitarla? Merece la pena examinar cómo surgió la inhibición, si fue inevitable, si fue el fruto de un diseño cuidadoso, si intervino la suerte, y si deberíamos valorarla como robusta o vulnerable en las próximas décadas. Conservar esta tradición, y si es posible contribuir a extenderla a otros países que pueden adquirir ya armas nucleares, es tan importante como prolongar el Tratado de No Proliferación Nuclear, que se está renegociando ahora, tras sus primeros veinticinco años de vida