La descentralización de las funciones del gobierno y el federalismo fiscal han estado de moda durante muchos años en al análisis económico, al confiar en que los gobiernos estatales o regionales y los gobiernos locales, al estar supuestamente más cerca de los ciudadanos, son capaces de atender mejor sus necesidades y de encontrar formas nuevas y mejores de provisión de los servicios públicos, además de que así se contiene la supuesta tendencia natural del gobierno a su expansión, a convertirse en un Leviatán. En definitiva, desde el análisis económico el denominador común de la justificación de la descentralización son las ganancias de eficiencia que proporciona (BOSCH, 2005). Por ello, lo que se ha tratado es de asignar a los niveles adecuados de gobierno las responsabilidades de gasto y los instrumentos fiscales que permitan atenderlas, creando un sistema federal, en función de las diferentes ventajas de cada nivel, aunque para llevar a cabo esta tarea “necesitamos entender qué funciones e instrumentos están mejor centralizados y cuáles están mejor en la esfera de los niveles descentralizados de gobierno” (OATES, 1999; pg. 1120).