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A pesar de la dificultad que entraña valorar cuáles pueden ser les consecuencias de la implantación del euro para los países mediterráneos, el autor indica que existen varios puntos a los que debemos prestar atención.
Actualmente, los países mediterráneos se caracterizan, entre otros, por los siguientes aspectos: se han estabilizado macroeconómicamente y han puesto en marcha una liberalización prudente de sus sistemas, pero su comercio se basa casi exclusivamente en la Unión Europea, sus propios intercambios son muy bajos y su crecimiento es insuficiente para generar un bienestar visible.
Analizando la cuestión de la implantación del euro desde un punto de vista amplio, el autor la considera como una oportunidad porque abre nuevas perspectivas a los países mediterráneos.
Si el marco de asociación euromediterránea incluye la esfera monetaria y financiera entre sus cuestiones, no cabe duda de que el euro puede constituir un elemento decisivo de consolidación del Proceso de Barcelona.
El autor basa su argumentación en tres elementos decisivos. En primer lugar, la posible influencia del euro en las transferencias de ahorro de Europa hacia los países mediterráneos asociados y la gestión macroeconómica de dichos países. Y es que un anclaje flexible pero explícito de las monedas de los países mediterráneos al euro podría ser un medio importante para la estabilidad macroeconómica de éstos (habrá tendencia a definir el valor de la moneda nacional en función del euro) y para la generación de confianza por parte de los posibles inversores europeos (se convertiría en una moneda de facturación más importante).
En segundo lugar, puede tener efectos sobre las exportaciones de los países mediterráneos, ya que su introducción disminuirá los costes de transacción del comercio internacional tanto para el importador como para el exportador, aunque cabe también tener en cuenta y valorar todos los riesgos de que los indicadores utilizados supongan en algún momento un peligro para la competitividad real.
En tercer lugar, el euro puede contribuir a una integración sur-sur, que actualmente fija sus intercambios en un 5% del total. Una unidad monetaria común implica la coordinación de políticas económicas, la transparencia de precios y la imposibilidad de realizar devaluaciones competitivas. Este paso tiene toda su aplicación para los países del Magreb, pero también debería profundizarse para el resto del Mediterráneo.
En conclusión, si se excluye un anclaje fijo al euro y un paraguas rígido por parte del Banco Central Europeo, el autor recomienda, entre otras cosas, incluir la cuestión monetaria como componente del asociacionismo, crear un órgano consultivo sobre estas temáticas a nivel euromediterráneo, así como un instrumento parecido a la serpiente monetaria europea, y crear vía MEDA una asistencia técnica que desarrolle las coberturas contra el riesgo de cambio.
