La vida en la pantalla (Turkle, 1997) es una de esas obras que con el paso de los años han conseguido un puesto privilegiado en muchos de los discursos acerca de la red, sus usos y sus posibilidades. Lugar común de profanos, considerada incluso por algunos como una obra de referencia en el terreno académico, lo cierto es que, al contrario de lo que cabría esperar, su propuesta conceptual no ha alcanzado un éxito parejo en su área de investigación específica, la de la identidad. El presente artículo, fruto de la estupefacción del autor ante la popularidad de la obra, pretende ofrecer una mirada escéptica que, desde el punto de vista de las evidencias aportadas para el desarrollo del discurso, ponga en cuestión sus conclusiones. Cuando menos, como invitación a la precaución ante la generalización de sus hallazgos, planteando finalmente la necesidad de la destitución de la falsa dicotomía realidad/virtualidad, base de investigaciones como la que nos ocupa, en la búsqueda de un análisis y un estudio rigurosos de la actividad (cotidiana) en la red.