Un cierto desencanto sobre las posibilidades que las reformas, empaquetadas externamente, han tenido de transformar la realidad educativa en el mundo occidental en el último tercio del siglo, ha motivado volver la mirada hacia el centro como lugar estratégico de un cambio generado desde abajo. Cuando la planificación moderna del cambio y su posterior gestión han perdido credibilidad, se confía en movilizar la capacidad interna de cambio (de los centros como organizaciones, de los individuos y grupos) para regenerar internamente, por integración y coherencia horizontal, la mejora de la educación. Dado que los programas de cambio no lo han producido, se argumenta que la transformación de las organizaciones tiene que producirse por un proceso de autodesarrollo. En esta coyuntura, los centros educativos están siendo impelidos a incrementar su capacidad innovadora, acumulando responsabilidades sobre su propio crecimiento (y supervivencia) en el futuro. A su vez, plantea tareas y preocupaciones nuevas en los equipos directivos que, sin la implicación, compromiso y cooperación del profesorado y comunidad local, pueden ir poco lejos