Eileen Roche
John Dooley, el vicepresidente de investigación estratégica de BioSol, se ha hecho una reputación en las oficinas de biotecnología de la empresa en Irlanda. De hecho, lo ha hecho tan bien que la compañía le ofreció un ascenso, como director de estrategia en las oficinas corporativas en California. Con anterioridad ya vivió en el extranjero. En los 80, la vida no era fácil en Irlanda: escaseaban las oportunidades y el desempleo era alto. John y su esposa Fiona se trasladaron a Massachussets, donde él estudió en el MIT. No fueron los únicos, muchos de sus familiares y amigos también se fueron de Irlanda por ese entonces. John y Fiona gozaron de su estada en Boston, participaron activamente en la gran comunidad de expatriados irlandeses y obtuvieron reputación en sus áreas profesionales. En 1999, sin embargo, el tigre celta estaba avanzando a toda velocidad. La economía irlandesa prosperaba y todo el país parecía lleno de posibilidades. Cuando a John le ofrecieron un empleo en la subsidiaria de BioSol en Dublín, él y Fiona volvieron a casa, y nunca miraron atrás¿ hasta ahora. El nuevo ascenso le daría a su carrera un gran impulso, pero aceptarlo implicaría desarraigar a su familia y volver a ser un expatriado. La economía de Irlanda está bien actualmente, ¿pero qué ocurrirá si ello no dura mucho? ¿Debería John apostar por su patria o por su país? Comentan este caso ficticio Raj Kondur, CEO de Nirvana Business Solutions en Bangalore, India; James Citrin, director senior de Spencer Stuart en Stamford, Connecticut; Maurice Treacy, director de biotecnología en la Science Foundation Ireland, en Dublín; y Arno Halsberger, quien enseña gestión de RR.HH. en la Webster University Viena, en Austria, y Sharman Esarey, también basada en Viena, editora del informe anual de la Organization for Security and Co-operation in Europe.