El diagnóstico que vienen haciendo las ciencias sociales, y en particular la sociología urbana, sobre la situación actual de las sociedades desarrolladas, se vertebra a partir del proceso de individualización concebido fundamentalmente como una pérdida progresiva de contenidos y significados sociales compartidos. Así la postmodernidad (destracionalizante) es la máxima condición de posibilidad de la ciudad y de lo urbano en la difuminación que experimenta su dimensión colectiva. La ciudad, entonces, queda resumida a partir de la racionalización progresiva que arrasa los lugares como topos de uso público y escinde la convivencia ciudadana en tantas trayectorias biográficas como individuos la habitan, mediando entre ellos vínculos que apenas trascienden la dimensión grupal en la que estos se localizan. Si bien las ciudades han sido históricamente el espacio social en el que se han hecho explícitos todos los conflictos de poder y dominación que han resultado de la instauración de la modernidad; si bien pueden describirse como espacios de dura supervivencia en los cuales la desigualdad social acrecienta las fronteras internas entre modos distintos de vida, se hace evidente al tiempo que ciudad y ser humano guardan entre sí una relación de íntima inherencia que las convierte a aquellas en espacios articulados a partir de un sentido social eminentemente convivencial. A partir de esta premisa metodológica, la ciudad y lo que en ella acontece, es el resultado de una práctica social de convivencia que las generaciones que se suceden y los distintos grupos sociales que se enfrentan van estableciendo a partir de la reciprocidad que guardan. Se propone, por tanto, una lectura de la ciudad como sistema social urbano que aborde tanto la solidaridad como el antagonismo, la semejanza como la diferencia. Para ello se hará uso de una serie de conceptos que permiten reconstruir la vida en las ciudades a partir de la complementariedad entre la socialidad de la condición humana y el carácter agencial de su acción. Entre dichos conceptos se encuentran la ética de responsabilidad individual de M.Weber y el diacrítico cultural que propone M. Fernández-Martorell, además de las aportaciones sobre la ciudad que nos brindaron autores como F. Tonnïes, G. Simmel, L. Wirth y H. Lefebvre. Su lectura permite acceder a una comprensión de la vida en las grandes urbes, emblemas por excelencia de modernidad, como el resultado de una organización social distinta y particular a anteriores formaciones de asentamiento colectivo que,no obstante, siguen evidenciando la continuidad histórica de la ciudad como espacio urbano de convivencia social.