De acuerdo con las estadísticas, el espacio que la publicidad ocupa en nuestras vidas convertido en promedios de mensajes recibidos diariamente, tiempo repartido con nuestras horas de ocio o cualquier otro indicador que se les ocurra a los magos del recuento y la proyección, es espectacular. Eso sí, cuando descendemos al individuo, estas cifras de vértigo han de relativizarse de acuerdo con imposibles coeficientes correctores relacionados con las convicciones que se profesan, el estado de humor que nos hace más o menos receptivos a los mensajes, los umbrales de cansancio y desconexión, en fin, la infinita capacidad de selección y almacenamiento del cerebro humano.