La migración es, en Europa, un fenómeno antiguo. Los grandes movimientos migratorios intraeuropeos, iniciados al final del siglo pasado, se intensificaron en el período comprendido entre las dos guerras. Finalizada la segunda Guerra Mundial, se caracterizaron por la afluencia hacia los países de Europa Occidental de migrantes originarios de los países de Europa Meridional y de las antiguas zonas de dominación de las grandes potencias europeas, y más tarde procedentes de regiones más alejadas. La inmigración contribuyó poderosamente a las transformaciones económicas y sociales que experimentaron los países de Europa Occidental. Una parte importante de los emigrantes originarios de los países de Europa Meridional se instalaron definitivamente en los países de acogida europeos. Al mismo tiempo, a comienzos de los años sesenta se inició un amplio movimiento de regreso a los países de origen. La dinámica económica y demográfica resultante de la presencia de los inmigrados en Europa ha implicado un arraigo económico y social de las diferentes migraciones, determinante de la formación de comunidades extranjeras numerosas y estructuradas.
En vísperas de la realización del mercado único europeo, los antiguos países de emigración, como Italia, España y Grecia, se han convertido en países de inmigración, y Portugal "exporta", una parte importante de su fuerza laboral; por otra parte, las perspectivas demográficas anuncian una disminución de la población europea. En términos generales, la libre circulación de trabajadores de los Estados miembros de la CEE no ha desencadenado, según parece, amplios movimientos de población activa dentro de la Comunidad. En el futuro persistirán los movimientos migratorios intraeuropeos, sí bien las corrientes dominantes procederán de terceros países.