Las tesis de un vínculo obligado entre autoritarismo y progreso han sido desacreditadas por la historia. Hoy democracia y desarrollo son valores destacados, pero no indisociables, en la agenda de las naciones. El vínculo entre ellos no es dado; se construye al reconocer que la democracia se justifica per se como un valor universal que puede ser aceptado por todos. La democracia legitima las políticas públicas, al basarse en la deliberación y el equilibrio negociado de intereses, con reglas transparentes. Los procedimientos democráticos ayudan a superar dificultades coyunturales y afianzar confianzas externas. Ante los efectos asimétricos de la globalización cabe buscar la inserción internacional más ventajosa, afirmando la capacidad de plasmar por el método democrático un desarrollo no excluyente, distinto del que marcó nuestra experiencia histórica. El camino es arduo, y si no hay retribución adecuada en calidad de vida, no sólo peligra la democracia, sino que la economía no despega.