Santiago, Chile
Algunos estudiosos de orientación conservadora han pretendido exaltar la figura de Burke como un pensador contrarrevolucionario, cuyas teorías podrían ser utilizadas en la actualidad para oponerse a la expansión de las ideas marxistas que aún gozan de algún prestigio en ciertos medios intelectuales. Tal propósito, sin embargo, debe enfrentar algunas dificultades. La primera de ellas es que el pensamiento político de Burke se encuentra diseminado a través de sus escritos, principalmente en sus numerosos discursos, sin que él mismo haya nunca sistematizado sus ideas, ni siquiera en su obra principal Reflexiones sobre la Revolución en Francia. La constatación de la inexistencia de una sistematización de las teorías políticas de Burke lleva al planteamiento de un segundo problema, mucho más profundo: ¿Es que hay propiamente una teoría política en los escritos de Burke? La respuesta es negativa, y no podría sino serlo a partir de las propias convicciones de Burke. En efecto, quizá su mayor crítica a la Revolución Francesa es que fue una revolución filosófica, esto es, una revolución en la que la teoría trató de implantarse en la práctica sin detenerse a evaluar los costos ni a considerar con prudencia —esa virtud esencial en la práctica política— las circunstancias concretas en las que la acción política debe ejercerse. Por cierto que quien desdeña la teoría, quien le atribuye tan negativo papel como guía de la acción práctica, no podría estar interesado en elaborar a su vez una teoría, ni siquiera una teoría contrarrevolucionaria. A pesar de ello, concluye el autor, Burke merece un lugar en la historia de la filosofía política, precisamente por sus aportes a la discusión de uno de los problemas clásicos de la filosofía política, a saber, el de la vinculación entre la teoría y la práctica.