Se han dado muchas explicaciones sobre la prodigiosa recuperación económica japonesa a partir de 1950 y, de hecho, ninguna de ellas es enteramente satisfactoria. A estas alturas es improbable que el triunfo de Japón como potencia económica a nivel mundial pueda ser atribuido exclusivamente a factores como la raza, la disciplina, la inventiva tecnológica o el modelo de desarrollo aplicado. La economía japonesa, sin duda, supo aprovechar algo de todo eso, pero quizá mucho más importante que tales factores en su expansión han sido el genio y la tenacidad de sus empresarios. Aun cuando hasta hoy el motor de la renovación tecnológica de la industria internacional continúa siendo Estados Unidos, ningún país ha sabido acercar tanto esa renovación a los gustos y preferencias del consumidor como Japón. Esta habilidad no necesariamente es técnica o científica. Es estrictamente empresarial y envuelve una notable lección para los hombres de empresa de todo el mundo.