A la luz de una reflexión sobre la manera en que las culturas y civilizaciones avanzan, el autor se propone en el presente artículo examinar en qué radica la importancia de la “diversidad”. Haciendo hincapié en el carácter esencialmente dinámico y vivo de la cultura, Sowell sostiene que toda cultura que ha evolucionado hasta llegar a ocupar un sitial importante en la historia, lo ha hecho siempre nutriéndose y recogiendo elementos de otras culturas. Todavía más, señala que es preciso rescatar la noción de que hay elementos o rasgos culturales que son superiores a otros en cuanto sirven mejor a determinados fines. Con esta afirmación, sin embargo, se está muy lejos de querer afirmar la superioridad per se de una cultura sobre otra, menos aún la mantención en el tiempo de un liderazgo cultural específico. En suma —se argumenta—, la diversidad cultural implica un cuadro dinámico de competencia que no es ni debe ser considera-do como un juego de suma-cero, sino como aquello que permite el progreso del hombre. Lo anterior, concluye el autor, es muy distinto a lo que tienen en mente los actuales abogados de la diversidad, quienes en su nombre persiguen sin más la mantención de diferencias en los más variados ámbitos, y con ello, también, la preservación de segregados enclaves culturales.