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Junto con reiterar que la Iglesia no tiene modelos económicos que proponer, el autor señala que en esta encíclica Juan Pablo II reconoce explícitamente la "positividad del mercado y de la empresa", destacando en "la moderna economía de empresa" tres rasgos esenciales: creatividad, comunidad y virtud. En cuanto al primero, la encíclica hace hincapié en la vocación creativa del hombre, el que creado a imagen de Dios debe cooperar en llevar la Creación a su perfección, y subraya que el origen de la riqueza está en el capital "intelectual" o el conocimiento. Así, acota Novak, no es accidental que el capitalismo se haya desarrollado primero en una región hondamente influida por el judaismo y el cristianismo. Respecto de la comunidad, se observa que el sistema empresarial moderno está, en rigor, envuelto desde todo punto de vista en una construcción de comunidad. El capitalismo —destaca Novak— no estriba por consiguiente en el individualismo, sino en una forma creativa de comunidad en la que trabajar es "trabajar con otros y trabajar para otros", siendo el servicio a los demás la finalidad ética y económica de la empresa. Finalmente, en relación a las virtudes comprometidas en el quehacer económico —diligencia, laboriosidad, prudencia, fiabilidad, lealtad, resolución de ánimo—, Novak señala que a diferencia de Max Weber, quien vio en dichas virtudes, y por tanto en los orígenes del capitalismo, una actitud negativa del protestantismo frente a la Creación, Juan Pablo II, en cambio, las sitúa positivamente en el contexto de la Creación y "a la luz de la imagen de Dios impresa en la naturaleza del hombre".