Ante el verdadero cataclismo que ha significado para las fuerzas de izquierda el derrumbe del socialismo en los países de la Europa Oriental, Weffort sugiere que ello representa, más que el agotamiento de un sistema y un modelo ideológico en particular, la crisis anunciada de las concepciones deterministas y teleológicas de la historia, parecidas a la que sustentó Schumpeter, con cierta cautela, al formular sus fallidas predicciones del triunfo “inevitable” del socialismo en la era moderna.
Weffort desconfía, a su vez, del determinismo economicista de los sectores neoconservadores que, al modo de Hayek, postulan la libertad económica como un sine qua non de la democracia política, reduciéndola a un mero epifenómeno del mercado. El proyecto socialista pasa hoy, según el autor de estas líneas, por asimilar la idea de que lo político es una esfera autónoma y por recuperar los viejos ideales de igualdad y justicia social, en cuya consecución resulta aún esencial el reforzamiento de la sociedad civil y la intervención “correctora” del Estado en la actividad económica.