No hay liderazgo válido frente al fracaso: la realidad estadística, es que la gran mayoría de organizaciones, empresas y proyectos, fracasan. Y la generalidad de grupos o equipos se deshacen por causas y circunstancias múltiples y diversas. Frente a este planteamiento estadísticamente cierto, en la actualidad, hay una potentísima industria del pensamiento positivo, una corriente que carece de bases científicas y filosóficas sobre las que mantenerse con solidez. Estas ideologías están respaldadas por defensores con un gran poder político, económico y de influencia. De este modo, interesa que se hagan muchas de estas presentaciones porque por ello, se cobran jugosos emolumentos y se construye una cúpula sistémica de sofistas cercanos al poder. Son estos propios intermediarios, los que lanzan cursos orientados a tener entretenida y ocupada a la masa. Con unos planteamientos de ambigüedad calculada hacen creer a los demás que ese individuo está diciendo algo acertado. Usando frases humo —expresiones con las que todo el mundo está de acuerdo porque son obvias— estos sujetos dejan que sus seguidores entiendan lo que ellos quieren entender y llenar, con sus expectativas, el discurso vacío. Esta forma de pensar es una estrategia de los poderosos para que no se quejen los subordinados. Dedican más esfuerzos a pensar en positivo acerca de sus problemas que a resolverlos.