Este artículo analiza la interconexión de las relaciones humanas, no humanas y ambientales dentro del discurso poshumanista en mitad de la crisis ecológica. Rememora el despertar ambiental de los años setenta debido a la crisis energética, la contaminación química y el incipiente campo de los estudios ambientales, creando un telón de fondo para explorar cómo la educación actual puede abordar los retos ecológicos, ambientales y climáticos.
Se compromete de forma crítica con el pensamiento poshumanista al mismo tiempo que aboga por cambiar de una relacionalidad centrada en el ser humano a otra más inclusiva que abarque lo no humano y el medioambiente. Siguiendo la línea de la noción de Donna Haraway de “compostista” frente a “poshumanista”, el artículo aboga por una relacionalidad encarnada y enredada que responde a las exigencias de un mundo dañado, criticando las tradiciones humanistas por contribuir a las crisis ecológicas al dar prioridad a los humanos sobre otras formas de vida.
En esencia, el artículo propone una “ecología del encuentro” como marco educativo, y hace hincapié en el potencial generativo del encuentro que se extiende más allá de las interacciones humanas para incluir lo más que humano. Sugiere que la educación puede cultivar la interconexión y la transformación mutua, desafiando los supuestos de separación y superioridad humanas.
El texto analiza perspectivas teóricas como el nuevo materialismo, la teoría del actor-red y los estudios críticos sobre animales y, para ello, defiende prácticas educativas que van en sintonía con las complejas y dinámicas relaciones vitales. Al comparar la educación con el compostaje, plantea que la educación es capaz de transformar, de forma que las nuevas subjetividades y relacionalidades pueden navegar por la ruptura ambiental.
En resumen, el artículo aboga por reimaginar la educación como respuesta a la crisis ecológica. Al adoptar una relacionalidad del compost que reconoce la interconexión de todas las formas de vida, sostiene que la educación es fundamental para fomentar las relaciones y los entendimientos vitales y abordar así los retos de la era poscambio climático, lo que requiere una reevaluación radical de la división humano-naturaleza y un compromiso con las prácticas educativas transformadoras.
The article examines the interconnectedness of human, non-human, and environmental relations within the posthumanist discourse amid the ecological crisis. It reminisces about an environmental awakening during the 1970s due to the energy crisis, chemical pollution, and the nascent field of environmental studies, setting a backdrop for the exploration of how current education can tackle ecological, environmental, and climate challenges.
It critically engages with posthumanist thought, advocating for a shift from human-centric to more inclusive relationality that encompasses the non-human and the environment. Drawing on Donna Haraway’s notion of “compostist” versus “posthumanist,” the article argues for an embodied, entangled relationality responsive to living in a damaged world, critiquing humanist traditions for contributing to ecological crises through prioritizing humans over other life forms.
At its core, the article proposes an “ecology of encounters” as an educational framework, emphasizing the generative potential of encounters extending beyond human interactions to include the more-than-human. It suggests education can cultivate interconnectedness and mutual transformation, challenging assumptions of human separateness and superiority.
The text explores theoretical perspectives like new materialism, actor-network theory, and critical animal studies, advocating for educational practices attuned to complex, dynamic life relations. By likening education to composting, it posits that education can transform, enabling new subjectivities and relationalities for navigating environmental breakdown.
In summary, the article calls for reimagining education in response to the ecological crisis. By adopting a compost relationality recognizing all life forms’ interconnectedness, it contends that education is pivotal in fostering relationships and understandings vital for addressing post-climate change era challenges, necessitating a radical reevaluation of the human-nature divide and a commitment to transformative educational practices.