La cultura artística se vuelve social en su crítica a lo negativo de la convivencia, y solo lo consigue desde su autonomía e irrenunciable libertad. Desde esta, se denuncia el sucio lenguaje y las falsas informaciones que denigran la necesaria libertad de expresión, amparándose en ella de manera paradójica. con ello el fanatismo se apropia del espacio público y pretende negar la legitimidad de las instituciones, con el riesgo de desestabilizar los fundamentos constitucionales. La cultura necesita a la democracia, pero la democracia también necesita a la cultura, una cultura de libertad que sustente una auténtica democracia.