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Actualmente vivimos momentos de incertidumbre por el rumbo político nacional. El surgimiento de nuevos partidos políticos, unido a la vigencia de una arcaica Ley Orgánica 5/1985 del Régimen Electoral General, han configurado un panorama político de enorme complejidad. La estabilidad del Gobierno de la Nación ha descansado tradicionalmente sobre los partidos nacionalistas. Con carácter general, estos partidos cedían su apoyo parlamentario a cambio de la ampliación de su autogobierno en el marco de convivencia otorgado por la Constitución de 1978. Sin embargo, desde hace dos décadas, el nacionalismo vasco y fundamentalmente el catalán, han emprendido caminos al margen de la Carta Magna, en ocasiones flagrantemente ilegales, para conseguir objetivos alejados del nacionalismo constitucional. Además, asistimos atónitos a la falta de altura de miras políticas de los grandes partidos, que impide cualquier atisbo de acuerdo en favor del interés general que permita un estándar adecuado de gobernabilidad. Por ello, considero de especial interés recordar y aprender del pacto que posibilitó la Constitución de 1978, ejemplo de inclusión y vocación de estabilidad, a pesar de sus posibles defectos.
We are currently living in a time of uncertainty about the national political course. The emergence of new political parties, together with the validity of an archaic Organic Law of the General Electoral Regime 5/1985, has created a political panorama of enormous complexity. The stability of the national government has traditionally rested on the nationalist parties.. Generally speaking, these parties ceded their parliamentary support in exchange for the extension of their self-government within the framework of coexistence granted by the 1978 Constitution. However, for the last two decades, Basque nationalism, and fundamentally Catalan nationalism, have taken paths outside the Constitution, sometimes flagrantly illegal, to achieve objectives far removed from constitutional nationalism. Moreover, we are astonished by the lack of political vision of the major parties, which prevents any hint of agreement in favor of the general interest that would allow an adequate standard of governance. For this reason, I consider it of special interest to remember and learn from the pact that made the 1978 Constitution possible, an example of inclusion and vocation for stability, in spite of its possible defects.
