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Manuel Cruz Rodríguez 
El tópico según el cual el discurso filosófico sirve “para que no nos engañen”, o el de que ofrece instrumentos que permiten trazar un rumbo de navegación en tiempos de incertidumbre y zozobras de todo tipo como los actuales, no puede ser aceptado sin introducir importantes matices. Así difícilmente podrá cumplir con la función de evitar el engaño una filosofía que, desdeñando lo mejor de la herencia recibida, incluyendo en este capítulo no solo su propia tradición en sentido estricto sino también el conocimiento científico, se abandone a un relativismo epistémico completamente banal, impotente por definición para diferenciar la verdad de la mentira y, en consecuencia, para orientarse en los actuales tiempos de incertidumbre y zozobra. Pues bien, gracias a las herramientas que nos proporciona dicha tradición (con un lugar muy destacado para sus clásicos) estamos en situación no solo de distinguir las voces de los ecos, sino también de algo más importante, como es reconocer la impostura, la banalidad o, en el mejor de los casos, la verdad más trivial, por desgracia tan habituales en la conversación pública desde hace un tiempo y a las que sin esfuerzo podríamos considerar modalidades de esas formas de engaño que se supone que la Filosofía nos puede ayudar a combatir.
The cliché according to which the philosophical discourse serves “so that we are not deceived”, or that it offers instruments that allow us to trace a navigation course in times of uncertainty and anxiety of all kinds like the curren tones, it can’t be accepted without introducing important shades. Thus, it will be difficult for a philosophy that, disdaining the best of the received beritage, including in this chapter not only its own tradition in the strict sense but also scientific knowledge, to comply with the function of avoiding deception, abandons itself to a completely banal epistemic relativism, impotent by definition to differentiate the truth from the lie and, consequently, to orient itself in the current times uf uncertainty and anxiety. Well, thanks to the tolos that this tradition provides us (with a very prominent place for its classics) we are in a position not only to distinguish voices from echoes, but also something more important, such as recognizing imposture, banality. Or, in the best of cases, the most trivial truth, unfortunately so common in public conversation for some tiem and which we could effortlessly consider modalities of those forms of deception that philosophy is supposed to help us combat.
