La Constitución ofrece un inmenso campo de vida para la política. Una Constitución neural, no militante, constituye el más generoso espacio de la política. Pero la política no debe burlar la esencia del espacio común de coexistencia garantizado por el orden constitucional e incurrir en manifiesta deslealtad constitucional cuando se utilizan las instituciones con fines espurios, ajenos a sus atributos constitucionales, alentando un conflicto entre gobiernos que solo persigue el rédito electoral y el beneficio político.