Edward Gibbon, La Escuela de Traductores de la torre del Virrey (trad.)
En varios pasajes de sus Memorias, Gibbon explicaría las razones de la publicación de estas Critical Observations on the Design of the Sixth Book of the Aeneid, surgidas, como anotó escrupulosamente en sus Memorias, de la decimotercera lectura de la Eneida y de la recuperación del inglés como lengua de escritura. “El sexto libro de la Eneida —escribe en la Memoria C— es la composición más grata y perfecta de la poesía latina.” “A principios del año 1770 —sigue diciendo— mis Observaciones críticas sobre el sexto libro de la Eneida fueron enviadas a la imprenta sin mi nombre. En ese breve ensayo, mi primera publicación en inglés, dirigí mis golpes contra la persona y las hipótesis del obispo Warburton. Demostré, al menos para mi propia satisfacción, que los antiguos legisladores no inventaron los misterios y que Eneas no fue investido nunca con el oficio de legislador; que no hay ningún argumento, ninguna circunstancia, que pueda derretir una fábula en una alegoría ni remover la escena del lago Averno al templo de Ceres; que esa salvaje suposición es tan injuriosa para el poeta como para el hombre; que si Virgilio no fue iniciado no pudo revelar, y si lo fue no lo habría hecho, los secretos de la iniciación; que el anatema de Horacio (Vetabo qui Cereris sacrum, vulgârit, etc.) atestigua al mismo tiempo su ignorancia y la inocencia de su amigo.” En la Memoria E, sin embargo, Gibbon reconocería que “Warburton no era un objeto de desprecio” y que La divina legación de Moisés, que había provocado la disertación, era acreedora, al menos en parte, a la alabanza (Memorias de mi vida, ed. de A. Lastra, Cátedra, Madrid, 2022, pp. 247-50, 292-3).Seguimos el texto publicado en The Miscellaneous Works of Edward Gibbon, Londres, 18142, vol. IV, pp. 467-509. Las notas son de Gibbon.