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Anna Ayuso Pozo
En un escenario de transiciones y crisis solapadas, la Unión Europea y América Latina y el Caribe (ALC) no acaban de encajar sus relaciones en la nueva geopolítica del siglo XXI. Más de dos décadas después del nacimiento de la Asociación Estratégica entre la UE y ALC en la Cumbre de Río de 1999, la presencia, la influencia y la valoración de Europa en la región se ha reducido, y ello obedece a razones que transcienden la creciente presencia de China y lo que Fareed Zakaria denominó en 2011 el “auge del resto”. El mundo ha cambiado y las relaciones deben evolucionar de acuerdo a las nuevas dinámicas globales y los retos que afrontan las dos regiones.
El conflicto de Ucrania tras la agresión de Rusia ha puesto de manifiesto diferencias de enfoque y las tensiones que se generan para compaginar intereses y principios. Europa confió en que los lazos históricos y la comunidad de valores eran suficientes para garantizar su ascendente frente a actores emergentes. Por su parte, durante el boom de las materias primas en las primeras décadas del siglo XXI, los países latinoamericanos creyeron que la locomotora asiática les liberaría de las exigencias normativas de la UE y se rindieron a los apetitos voraces de China.
La crisis de financiera de 2008 minó la fuerza de atracción de la UE y reforzó la idea de que el poder hegemónico de Occidente se había agotado, con China y otras potencias emergentes ocupando los espacios de poder. Sin embargo, los efectos a medio plazo también mostraron la debilidad del modelo latinoamericano de exportación primaria al que conducía la creciente dependencia de China. Ello renovó el interés por diversificar los socios de la región y abrió las puertas a una revitalización de las relaciones con la UE, cuyo resultado más…
