Theodora Wildcroft
La posicionalidad del investigador ha sido objeto de debate durante mucho tiempo. En el seno de la investigación etnográfica sobre prácticas culturales, surge un universo de matices en las posibles relaciones entre el investigador y lo investigado. Estamos involucrados en complejos procesos de reconciliación entre las comunidades subrepresentadas cuyas historias pretendemos contar (Shaw, 1999: 108; Orsi, 2013: 5), y el poder que confiere una posición académica a la hora de “definir la realidad para los demás” (Hufford, 1999: 298). Las implicaciones resultantes para el investigador se complican y enriquecen aún más cuando el interés público en nuestro trabajo sucede en entornos online. Como académicos, a menudo estamos mal equipados para sobrellevar flujos rápidos de desinformación, memes, rumores y troleo. Hacia el final de mi investigación doctoral, un término académico de mi tesis quedó atrapado en los espacios cada vez más acalorados de las redes sociales relacionadas con el yoga. En este artículo, tomo distancia con la situación para compartir una instantánea de lo que sucede cuando los académicos se vuelven virales y para deconstruir los procesos poco comprendidos de la evolución de la subcultura en el trabajo. Pregunto: ¿qué pueden enseñarnos estos encuentros sobre la naturaleza de las fronteras entre académico y practicante, investigador e investigado, lo profesional y lo personal? ¿Y cómo podría evolucionar el discurso y la participación académica para enfrentar los desafíos de una economía del conocimiento online?
The positionality of the researcher has long been of debate. Within ethnographic research into cultural practices, a world of nuance arises in the possible relationships of researcher and researched. We are engaged in complex processes of reconciliation between the under-represented communities whose stories we aim to tell (Shaw, 1999: 108; Orsi, 2013: 5), and the power an academic position confers to “define reality for others” (Hufford, 1999: 298). The resulting implications for the researcher are further complicated and enriched when public interest in our work is mediated in online environments. As scholars we are often ill-equipped to ride fast-moving flows of misinformation and meme, rumour and trolling. Towards the end of my doctoral research, an academic term from my thesis became caught up in the increasingly heated spaces of yoga-related social media. In this article, I step back from the situation to share a snapshot of what happens when academics go viral, and to deconstruct the littleunderstood processes of subcultural evolution at work. I ask: what can we learn from these encounters about the nature of boundaries between scholar and practitioner, researcher and researched, professional and personal? And how might academic discourse and engagement evolve to meet the challenges of an online economy of knowledge?