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Eva del Hoyo Barbolla, Alejandro Fernández-Mazarambroz de Arespacochaga
Es un lugar común decir que estamos en un momento de “aceleración de la historia”. Tras la pandemia del Covid-19 y la guerra de Ucrania se han acelerado procesos en la arena internacional a una velocidad vertiginosa. Ya sean transformaciones nuevas o sencillamente un potente impulso a tendencias previas, como argumenta el presidente del Council on Foreign Relations, Richard Haass, lo cierto es que el mundo comienza a ser muy distinto en 2022 a lo que era a finales de 2019. Ello está afectando en particular a la Unión Europea, desde el abandono de uno de sus miembros más importantes con el Brexit; la tensión sin precedentes en la relación transatlántica con la anterior administración de Estados Unidos, que despertó a Europa sobre la necesidad de ser más autónoma; el enorme reto de responder como entidad supranacional a una pandemia global, tanto a nivel interno como internacional; el ascenso de potencias que no solo reclaman un mayor peso en la escena internacional, sino algunas que cuestionan el modelo existente; o, por último, la brutal invasión de Ucrania. Como la mayoría de los expertos observan –y aquellos que la trabajamos vemos en la práctica–, estos cambios no dejan indiferente a la cooperación al desarrollo, sobre todo a uno de sus referentes más importantes y emblemáticos: la cooperación al desarrollo europea.
En este marco general, conviene analizar la emergencia de una cooperación al desarrollo más compleja, diversa, competitiva y ciertamente más “geopolítica”, para adentrarnos acto seguido en cómo se está adaptando la nueva cooperación de la UE, con instrumentos y formas de trabajar innovadoras de las que la Global Gateway es probablemente la iniciativa más evidente y llamativa, pero no la única. España puede desempeñar un papel importante en este enorme desafío a partir de su experiencia y visión de cooperación al…
