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Argentina
La Argentina de principios de los años cuarenta era un país atravesado por una serie de transformaciones profundas que la ubicó en una situación delicada. Por un lado, el país hacía más de una década que se regía por un sistema político rígido y tramposo que otorgaba mayorías a los partidos conservadores. Mientras tanto, en el plano social y económico, se vivía un proceso acelerado de industrialización que se destacaba por la velocidad en que incorporaba a masas crecientes de obreros emigrados del interior argentino, en especial de las áreas adyacentes de las grandes ciudades pampeanas (Halperín Donghi 1976; Korzeniewicz 1993). Mientras el capitalismo argentino caminaba rumbo a la industrialización, el movimiento obrero argentino, con décadas de experiencias y de la mano de comunistas, socialistas y sindicalistas, vivía su propia metamorfosis en la búsqueda de impulsar una agenda de cambios que incorpore sus demandas laborales con un claro horizonte económico. Sin embargo, este impulso tenía por límite el sistema político. Así es que los cambios estructurales y las presiones intestinas del propio régimen se tensionaron cuando, a razón de la Segunda Guerra mundial, la Argentina vivió una crisis económica de importancia y el gobierno lidiaba entre abandonar la histórica posición de neutralidad frente a los conflictos internacionales y participar de la guerra dentro del bando aliado o mantener una neutralidad incómoda en términos de política internacional
