En Francia, como en otros países, editoriales y otros segmentos de la industria cultural han caído progresivamente en manos de grandes grupos de comunicación, cuya connivencia con los poderes políticos y económicos limita la producción intelectual y la difusión de obras, autores y contenidos. Las poderosas corporaciones, además de periódicos y revistas, controlan editoriales y distribuidoras. Nuevas iniciativas surgen como contrapunto a la amenaza. Garantes de la democracia, las pequeñas estructuras independientes, a veces participadas por los propios lectores y consumidores, consiguen hacer oír su voz y ocupar una parte significativa del mercado.