A pocos días tras la entrada en el edificio de propiedad municipal, de Nosquera 9 y 11, el 10 de marzo de 2007, una amiga, joven abogada, me dijo que era la casa la que había escogido a los y las invisibles de Málaga como sus habitantes. Lúcida frase que sigue resonando en mi con contundente evidencia: así era y así ha sido desde hace más de 14 años. Aquellos invisibles e inaudibles para un ayuntamiento sólo atento a la cultura de escaparate y espectáculo, perennemente indiferente respecto a los jóvenes creadores locales.