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Intentaremos comprender en este artículo las complejas relaciones que existen entre indígenas y ONG ambientalistas en el marco de un conflicto provocado por un megaproyecto de desarrollo hidroeléctrico en la Bahía James, en el Quebec subártico. Por lo general, el papel de mediador y portavoz asumido por las ONG que defienden la causa indígena no deja de ser ambiguo, ya que oscila entre el estatuto de simple intermediario, de comisionista y de patrón. Pero lo que pone a los ambientalistas en una posición contradictoria, más aún que el carácter inextricable de los numerosos y encontrados intereses, es la enorme distancia existente entre las representaciones de la naturaleza de los pueblos que defienden y las de ellos mismos. Si bien su concepción del "wilderness" - heredada directamente de los pioneros que descubrieron América desde una perspectiva bíblica - los lleva a imaginar una naturaleza salvaje y peligrosa, el nacimiento del movimiento de protección de la naturaleza los conduce a proteger una naturaleza amenazada por los hombres. En ambas concepciones, que se han sucedido históricamente y siguen estando muy arraigadas en el imaginario occidental, la naturaleza permite que el hombre, perdido en la inmensidad y lejos de la sociedad y de sus semejantes, establezca una relación directa con Dios. ¿Cómo proteger en tal caso a los indios cree y a los pueblos indígenas en general al mismo tiempo que a una naturaleza que éstos no perciben como algo separado del hombre sino como algo de lo que ellos mismos forman parte? ¿Por cuánto tiempo aún podremos seguir eludiendo el análisis de los conceptos de protección de la naturaleza que, cuando existen causas ecologistas compartidas, fundamentan nuestra relación con el Otro al mismo tiempo que lo excluyen?
