En el último año, la Reserva Federal (Fed) y el Banco Central Europeo han revisado su estrategia de política monetaria, tratando de ajustar el objetivo y las herramientas a los cambios estructurales experimentados por la economía desde finales del pasado siglo. Este proceso de adaptación se ha traducido en mayor flexibilidad para encajar el doble mandato de estabilidad de precios y financiera a la nueva realidad económica, aumentando la simetría del objetivo de inflación. Se trata de transmitir a los mercados financieros que la tolerancia en las desviaciones respecto al objetivo es la misma en ambos sentidos y, de paso, aumentar los grados de libertad para gestionar el complejo proceso de normalización monetaria de los próximos años. Pero la flexibilidad en política monetaria casi siempre se termina reflejando en un aumento de las primas que exigen los inversores para cubrirse de aumentos inesperados de la inflación, como los que se están produciendo a ambos lados del Atlántico en los últimos meses. En este contexto, la pregunta es cómo han digerido los mercados financieros americanos los cambios de estrategia anunciados en EE.
UU. el pasado año, en un contexto tan complejo como el actual, y si se detecta algún riesgo potencial sobre la estabilidad financiera.