Con los procesos de independencia del siglo XIX, América Latina abandonó oficialmente las jerarquías raciales que habían prevalecido durante el periodo de la colonización: a partir de entonces, nada debía distinguir entre los descendientes de los indígenas, los esclavos y los colonos europeos. Pero la compartimentación étnica del periodo imperial fue sustituida por una “pigmentocracia” que hizo del color de la piel un marcador social.