El autor recuerda la famosa querella entre filósofos y poetas formulada por Platón en La República. Al hacerlo, consigna el dictamen platónico contra la intromisión de la poesía y el arte en los asuntos públicos que acaba por expulsar al poeta de la república ideal. Esta brecha entre la imaginación y el poder, que fisuraba la relación entre el mundo de la política y la poesía, se ahonda como un aparente abismo entre las modernas ciencias sociales y el arte. A partir de ese dilema el autor propone varios puentes sobre la brecha, sosteniendo que la imaginación poética no es tan extranjera al pensamiento científico como se piensa; y además, que tanto ella como la emoción —integradas a la razón— podrían contribuir a la racionalidad pública.