¿Sigue siendo útil un cuerpo diplomático profesionalizado en un sistema internacional que cambia tan rápidamente, con una esfera pública difusa y vulnerable, un liderazgo político personalista y la desintermediación propiciada por las tecnologías de la información? La respuesta corta que damos en este número de POLÍTICA EXTERIOR es “sí, más que nunca”. La respuesta larga requiere una reflexión sobre por qué y cómo reformar la diplomacia.