Isabel Lorenzo
La costumbre española del “más vale que sobre que no que falte” debería de cambiar. El desperdicio alimentario constituye desde hace años un problema ético, social, económico y medioambiental. Y no deja de aumentar. La falta de concienciación de lo que cuesta producir un alimento y su valor en términos de recursos invertidos es parte del origen del problema en esta sociedad occidental del despilfarro. El consumismo, tan denostado entre los nuevos movimientos sociales por su repercusión en el entorno, no se asocia todavía con este hábito de desechar alimentos. Los expertos apuntan a intensificar la sensibilización de los consumidores para frenar el problema en hogares y a una mayor eficiencia en la cadena alimentaria para ajustar adecuadamente los suministros. La tecnología y las reformas legislativas para reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos también parecen aportar una solución que contribuiría a frenar este fenómeno mundial, incluido entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible