Erudición, datos y un potente artificio intelectual son las herramientas que utiliza Thomas Piketty para situarse en el centro de todos los debates. Otra cosa son sus soluciones.
“Cada sociedad humana debe justificar sus desigualdades”. Con estas palabras comienza Thomas Piketty su nuevo libro, Capital e ideología, editado por Deusto y traducido por el economista Daniel Fuentes. Tras esa declaración de principios vienen 1.198 páginas –más índices– de datos, gráficos e interpretaciones de la desigualdad en la historia que, como mordazmente advirtió el crítico de The Guardian, componen un texto más largo que Guerra y Paz. Pero no. Este no es ni un libro ruso, ni un ensayo anglosajón, por más que en él se vuelva a citar, como en El capital en el siglo XXI, a Jane Austen. Capital e ideología es un libro profundamente francés que hace un abrumador uso de los datos, de la historia y de la ciencia política para tratar de demostrar que han sido las ideas –mejor aún, la ideología– y no la lucha de clases o la tecnología quienes han conformado nuestras sociedades y han perpetuado la desigualdad.
Llevar de la mano al lector por la historia de esas ideologías, sus ficciones y sus tareas inacabadas ocupa las primeras 1.110 páginas del libro. Las restantes 88 páginas se dedican a un “Manifiesto por un Socialismo Participativo del Siglo XXI”, en el que se incluye un batiburrillo de propuestas fiscales, ecológicas y políticas cuya síntesis es simple: hay que repensar el capitalismo de una forma radical, abriendo la caja de Pandora de los tabúes hasta ahora evitados. Como era previsible, aunque no afortunado, han sido las propuestas, y no el análisis previo, las que han acaparado el 99% de las entrevistas concedidas por el autor y el interés de los comentaristas del libro.