Juergen B. Donges
En vez de recetas keynesianas, hay que adoptar un horizonte a más largo plazo y obrar en consonancia con los saberes que proporciona la teoría endógena del crecimiento.
Hoy la economía europea no solo se encuentra en desaceleración y expuesta a diversos shocks negativos desde el exterior, sobre todo los relacionados con el Brexit y la guerra comercial y cambiaria entre Estados Unidos y China, sino que tiene además que afrontar cambios estructurales debido a la revolución digital. Sabemos por experiencia que todo crecimiento económico lleva aparejado cambios más o menos acusados del sistema productivo y de la estructura ocupacional. Esta vinculación se pone de manifiesto en numerosos estudios, a partir de los trabajos en los años cincuenta del siglo XX del profesor Simon Kuznets, de la Universidad de Harvard, por los que fue galardonado en 1971 con el premio Nobel de Economía. Los cambios estructurales que Europa necesita acometer se deben, por el lado de la producción, al progreso tecnológico y, por el de la demanda, a las variaciones de las elasticidades-renta en la medida en que aumenten los niveles de bienestar sociales. Dichos factores interactúan con el comercio exterior y la competencia globalizada, cuyos efectos sobre la producción y el empleo se acusan tanto en el mercado doméstico (vía importaciones, no solo chinas) como en terceros mercados (vía exportaciones, no solo hacia países emergentes).
Ahora y en el futuro, no se producirán solo unos cuantos cambios. Cambiará todo. El carácter transversal de la tecnología digital transformará de pies a cabeza los patrones de comportamiento y de actividad conocidos en la economía y la sociedad. En el sector empresarial cambiará la fabricación industrial, la prestación de servicios, la organización de las empresas, las formas de trabajar y los métodos para comunicar con el cliente. El sector del transporte dará paso a los trenes de velocidad, casi como la del sonido, al coche eléctrico o de hidrógeno y al automóvil sin conductor. En la sanidad nos encontraremos con nuevos y prometedores métodos de diagnóstico y terapia. En la educación proliferarán los sistemas de estudios online. En la administración pública surge un enorme potencial para mejorar la eficiencia y reducir costes burocráticos. El sistema habitual de pagos se verá alterado por bitcoins y otras criptomonedas privadas como Libra, anunciada por Facebook para 2020. Con ello se cumpliría la idea del pensador austriaco y Nobel de Economía en 1974, Friedrich Hayek, sobre la desnacionalización del dinero y el fin del monopolio del Estado en lo referente a la emisión de moneda.
El mercado de trabajo, ajustes exigentes Los cambios estucturales también afectan al mercado de trabajo. No puede ser de otra manera en una economía de mercado. Solo en una economía de planificación central el mercado de trabajo no se resiente a simple vista, pero sí, de hecho, en forma de paro encubierto cuantioso y fiscalmente caro. No obstante, cunde a menudo el pesimismo sobre el futuro del empleo. Se advierte del riesgo de un crecimiento económico sin trabajo o solo con un trabajo precario. El temor es que en estas condiciones peligre la convivencia ciudadana y surja un populismo político de derechas o izquierdas que amenace con quebrar la estabilidad del sistema democrático en los países occidentales.
El escenario dibujado está, sin embargo, sesgado. Cuando el profesor de la Universidad de Pensilvania Jeremy Rifkin publicó en 1995 su libro The End of Work –un best seller que le habrá aportado cuantiosos honorarios– se equivocó con sus presagios de que las nuevas tecnologías de la automatización, la información y la comunicación hundirían el mercado de trabajo para siempre. El empleo no ha hecho más que aumentar desde entonces. La evidencia empírica es más compleja de lo que los pesimistas de oficio auguran…