Jo Michell
En una época de incertidumbre económica, la Teoría Monetaria Moderna ofrece una receta simple: el dinero no se acaba. Ante la ineficacia del monetarismo, y pese a las fallas de la teoría, conviene prestarle atención.
La teoría monetaria moderna (TMM) ha obtenido una notable visibilidad en los últimos años. Pese a su nombre, puede entenderse no solo como una teoría monetaria, sino también como una campaña política encabezada por activistas que promueven planes de garantía de empleo y, a la vez, llevan a cabo actividades académicas. La TMM se fraguó a principios de los años noventa y fue preconizada por un pequeño grupo de estudiosos que puentearon la academia y prefirieron servirse de la blogosfera para crearse un séquito de seguidores entregados. Como declaró Bill Mitchell, uno de sus padres intelectuales, en el último Congreso Internacional sobre TMM: “Este es el primer corpus de teorías económicas que ha crecido gracias a los activistas”. En los últimos años se ha expandido de manera sustancial, poniendo en primer plano mundial a figuras clave de la TMM y generando cobertura y atención mediáticas.
Las propuestas fundamentales de la TMM se derivan de una observación sencilla: a un país con divisa propia nunca se le puede terminar esa divisa. El gobierno de Estados Unidos no puede quedarse sin dólares, porque los emite la Reserva Federal, que está controlada por el gobierno. En consecuencia, nunca se enfrentará a una situación en la que no disponga de fondos para pagar los intereses de su deuda, contratar empleados públicos o adquirir bienes y servicios. Los adalides de la TMM argumentan que así se le da la vuelta al pensamiento convencional: la economía dominante impone falsas barreras al gasto público. La TMM, al contrario, identifica las verdaderas limitaciones de los gobiernos que emiten moneda, descargando a los responsables de la formulación de políticas públicas de preocupaciones innecesarias sobre cómo financiar la inversión pública.
Los orígenes de la TMM La realidad es más compleja. Repasemos, en primer lugar, algo de historia. La TMM nace con Warren Mosler, un excorredor de bolsa de Wall Street que, en la década de los ochenta, creó un fondo de cobertura y fundó una marca de coches deportivos para luego instalarse en las Islas Vírgenes estadounidenses. Presentó sus ideas sobre la deuda soberana a Donald Rumsfeld, que entonces trabajaba en el sector privado y lo envió a Arthur Laffer, responsable intelectual de la célebre “curva Laffer”, según la cual los recortes de impuestos supuestamente ampliarían la recaudación fiscal. Este hizo saber a Mosler que sus ideas no interesarían a los sumos sacerdotes de la ortodoxia económica y le sugirió que probara suerte con los poskeynesianos, economistas de izquierda apartados de las corrientes mayoritarias. Mosler se dio de alta en una lista de correo electrónico sobre poskeynesianismo y descubrió que compartía posiciones con académicos estadounidenses como L. Randall Wray y sus colegas, así como el australiano Mitchell. El grupo se propuso sintetizar desde un nuevo punto de vista las ideas existentes sobre economía monetaria.
Mosler persuadió al resto del grupo de la falsedad subyacente en la muy extendida opinión de que los impuestos aportan los fondos necesarios para el gasto público. La realidad sería la siguiente: cuando un gobierno emisor de divisa gasta, está creando dinero. Cuando el gobierno de EEUU hace un pago, se materializa un dinero nuevo en el mismo momento del gasto. Así pues, el debate formulado en torno a la pregunta “¿De dónde puede sacar un gobierno dinero?” deriva de una manera errónea de entender el sistema monetario…