El viaje de Magallanes y Elcano fue el cénit de los descubrimientos españoles y portugueses. La circunnavegación del globo cerró un ciclo que trastocó la relación entre población, territorio y riqueza a escala planetaria.
La verdadera edad de oro de los descubrimientos geográficos transcurrió entre 1492 y 1522. En la primera fecha, Cristóbal Colón y sus acompañantes, en un viaje hacia el Oeste tan temerario como bien fundado, lograron llegar con toda probabilidad al islote Watling, en las Bahamas. En la segunda tuvo lugar el retorno a España de la primera expedición de circunnavegación, iniciada por Fernando de Magallanes y culminada por Juan Sebastián Elcano. Esa culminación, nunca planeada, cerró un ciclo de exploraciones que trastocó la relación entre población, territorio y riqueza a escala planetaria.
De acuerdo con la clásica tesis “occidentalista” de Walter P. Webb, expuesta en plena guerra fría, el descubrimiento y sus consecuencias hicieron de Europa una metrópoli y de América su gran frontera. En 1492, los 100 millones de europeos ocupaban una extensión de poco más de seis millones de kilómetros cuadrados. En apenas unas décadas, la superficie de la tierra en la que se hallaban presentes se multiplicó por cinco, la densidad se contrajo a una sexta parte y se difundió por doquier la idea de que en ultramar existían reinos “por descubrir y por ganar”.
La prolongación natural del descubrimiento de América aconteció con la llegada de Elcano y sus 18 acompañantes (habían partido 245) a Sanlúcar de Barrameda, tras la primera circunnavegación de la Tierra. Tanto Colón como Elcano buscaban las ricas islas de las especias y acercarse a China (Catay) y Cipango (Japón). El primero nunca pensó en llegar a otro sitio que Asia. El segundo no concibió dar la vuelta al mundo, hasta que fue necesario.
Héroes navegantes El año 1000 supuso el comienzo de la recuperación urbana en la Europa occidental cristiana. A pesar del retroceso que trajo la mortandad a consecuencia de la peste negra de 1348 y la lenta evolución demográfica posterior, la existencia de ciudades marítimas gobernadas por patriciados ajenos a ejercicios despóticos del poder, abiertas al capital-riesgo y la iniciativa individual, marcó la diferencia. El protagonismo del Viejo Mundo en las aventuras de exploración marítima que marcaron las rutas futuras de la globalización fue resultado de una mentalidad empresarial, acompañada de un cambio cultural.
Como ha señalado el historiador Felipe Fernández Armesto, las hazañas oceánicas fueron consideradas dignas de caballeros y modelo a seguir. Una aureola de heroísmo acompañó la expansión europea durante los siglos XV y XVI. Aquellas empresas que se dirigieron a multiplicar los beneficios de las rutas mercantiles, evitando intermediarios musulmanes en el acceso a productos valiosos como pimienta, clavo, oro o esclavos, marcaron la tendencia a largo plazo. Los portugueses, que finalizaron la reconquista un siglo antes que los reinos de Castilla y Aragón, lograron cruzar el cabo de Buena Esperanza, con Bartolomé Dias al mando, en 1488. Tras aquella navegación por regiones africanas, cuyos vientos y corrientes eran desconocidos, se alcanzaron grandes beneficios. Era cuestión de tiempo que llegaran a India. En realidad, la ruta del Índico era habitual desde hacía milenios y los portugueses se apoyaron en pilotos locales, voluntarios y forzados, para multiplicar la distancia recorrida. El capitán mayor Vasco de Gama partió a India en busca de riquezas y también, creía, “rebosante de cristianos”. Neurótico y violento, en el límite de la tecnología naval disponible y famoso por su dureza al mando, Vasco de Gama llegó a Calicut (Calcuta) en 1498 y retornó de India para contarlo. Estuvo allí en otras dos ocasiones. Su aportación sustancial fue el conocimiento de una ruta previsible hacia las Molucas.