Carme Colomina
La crisis ha dejado una UE más fracturada, desigual y polarizada. No hay ninguna garantía de que las urnas rehabiliten las viejas certezas.
Y la volatilidad europea entró en la aceleración electoral. Dos visiones contrapuestas de Europa se enfrentarán entre el 23 y el 26 de mayo para imponer su lógica: quienes quieren reformar para garantizar una mejor integración política y quienes defienden la renacionalización de competencias en favor de una Unión al servicio de las capitales e intereses nacionales. La Europa anti-establishment se ha fortalecido en las urnas, mientras casi la mitad de socios de la UE deben lidiar con la vulnerabilidad de gobiernos en minoría o coaliciones de partidos tradicionales en retroceso.
En Hungría, Víktor Orbán empezó la precampaña europea antes de tiempo y lo hizo resucitando viejos enemigos y apuntando directamente a la UE. Con el eslogan “Tienes derecho a saber lo que se prepara en Bruselas”, junto a la imagen del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y la del millonario George Soros, la campaña –con carteles, anuncios en la prensa y publicaciones en la página de Facebook del gobierno húngaro– insinúa una conspiración entre el ejecutivo comunitario y el magnate estadounidense (la bestia negra en la retórica populista de Orbán) para abrir las puertas de Europa a la inmigración descontrolada.
Juncker lleva meses denunciando que la formación de Orbán (Fidesz) ya no puede formar parte del Partido Popular Europeo porque el antisemitismo, la destrucción de la separación de poderes, la persecución de ONG y la utilización política de la inmigración que hace el gobierno húngaro lo alejan de los valores fundacionales de la Unión. La connivencia que la democracia cristiana ha regalado a Orbán durante todos estos años se ha agotado. Como también lo ha hecho la propia figura del presidente de la Comisión, convertido en la caricatura viral de aquel veterano político que, en los primeros momentos de la crisis, admitía: “Todos sabemos lo que tenemos que hacer, pero no sabemos cómo ser reelegidos una vez lo hayamos hecho”. La crisis política y financiera que vino después ha dejado una UE más fracturada, desigual y polarizada.
El mundo europeo se ha desordenado. Y no hay ninguna garantía –al contrario–de que las urnas puedan rehabilitar las viejas certezas. Los retos no son electorales, sino sociales. Hay una Europa “caballo de Troya” –como la llamaba hace unos días un veterano funcionario europeo– que “pretende cambiar la UE” tomando el control de las instituciones, dispuesta a construir nuevos consensos. A diferencia de 2014, hoy la extrema derecha ya no quiere destruir Europa desde dentro, como pregonaba por aquel entonces Marine Le Pen, sino reformar el proyecto comunitario y ponerlo al servicio de su agenda ideológica. De la misma manera, “hace cinco años ni Rusia ni Estados Unidos se habrían preocupado por las elecciones europeas y ahora tenemos a Steve Bannon [ideólogo del trumpismo] intentando crear un movimiento paneuropeo y a Rusia interfiriendo en procesos electorales de Estados miembros”, advierte el portavoz del Parlamento Europeo, Jaume Duch. Bruselas advierte de posibles “tentativas de manipulación” electoral y apunta a la desinformación como la última de las amenazas que se ciernen sobre el proyecto europeo.