El artículo examina las narrativas asociadas a la denominada revolución digital y sus efectos sobre la esfera laboral, tanto de corte pesimista como optimista. De un lado, estas tecnologías se presentan como panacea de oportunidades; de otro, como amenaza y azote que suprimirá miles de puestos de trabajo. Ambas visiones encierran aciertos y errores, pero ante todo, la digitalización constituye un conjunto de tecnologías que permiten reforzar el poder del capital en los tres espacios de conflicto: el de la distribución de la renta –con acceso a una fuerza de trabajo más barata–, el del control y el de la flexibilidad –al facilitar una organización de la actividad en tiempo real. Sin embargo, como reflexiona el autor, la tecnología no es el único elemento que impulsa estos cambios; el ámbito de la regulación –o su carencia– desempeña un papel esencial. El autor argumenta que las nuevas tecnologías aportan nuevos e inquietantes mecanismos de control del comportamiento humano; pero que el resultado final sea inevitablemente un mundo laboral de trabajadores baratos, flexibles y sin derechos no es tan obvio.