Estados Unidos
En el verano de 2016 los académicos feministas estadounidenses celebraban que Hillary Clinton se hubiese convertido en la primera mujer propuesta para la presidencia de Estados Unidos por un partido político de cierto peso, el democrático. Poco después observaron con horror cómo los miembros del partido político republicano le gritaban ¡que la encierren! durante su convención de verano. Todo el mundo sabía que Clinton estaba altamente cualificada con más de treinta años de experiencia trabajando por los intereses de las mujeres y los niños de Norteamérica. Las preocupaciones que se expresaban durante aquella convención giraban más bien en torno a su confiabilidad. La plataforma de Clinton era la de la unidad y la inclusión, mientras que la de Trump era la del miedo y el odio hacia los “otros” (hacia los americanos que no eran blancos). Fue verdadermente catastrófico el darnos cuenta durante la campaña de otoño de que la única razón por la que una mujer podía ser elegida como presidenta era que la alternativa estuviese encarnada por una persona corrupta e inexperimentada, racista y claramente misógina. El 9 de noviembre de 2016 trajo a los Estados Unidos, y al resto del mundo, la sorpresa y el horror de saber que Hilary Clinton había perdido las elecciones presidenciales en favor de Donald Trump, incluso tras haber ganado el voto popular de más de dos millones de ciudadanos. Me gustaría considerar esta elección como un ejemplo actual de la violencia horizontal que las mujeres (blancas) perpetran entre sí. A través de este ejemplo, ofreceré una extensión de mi trabajo anterior en el que analizaba el tratamiento de la facultad femenina en la Educación Superior por parte de otras mujeres. Mostraré que las mujeres todavía tienen que esforzarse por ser amigas, en vez de continuar perpetrando la violencia horizontal que ejercen entre sí.
In summer, 2016, feminist scholars in the USA celebrated, as Hillary Clinton became the first woman selected by a major political party (Democratic), to run for president of the USA. They also watched in horror as members of the Republican party chanted at their summer convention “Lock her up!” Everyone agreed that Clinton was highly qualified with thirty plus years of experience working on behalf of women and children in the USA. Concerns expressed were about her trustworthiness. Clinton’s platform was one of unity and inclusion, while the Republican party and their candidate Trump’s platform was one of fear and hate for “others” (non-white Americans). It was depressing during the fall campaign to realize the only reason a woman might be elected president was because the person she was running against was so corrupt and inexperienced, racist, and clearly misogynist. November 9, 2016 brought the USA, and the world, the shock and horror of learning that Hillary Clinton lost the presidential election to Donald Trump, even though she won the popular vote by close to three million more votes. I plan to consider this election as a current example of the horizontal violence that (white) women perpetrate on each other. Through this example, I will offer an extension of my earlier work analyzing the treatment of women faculty in higher education by other women. It seems clear that women still struggle with efforts to befriend rather than perpetrate horizontal violence on each other.